sábado, 22 de octubre de 2011

La Bella Molinera y la pérdida del amor y del absoluto


En el libro de Jorge Aguilar Mora encontramos el ‘elogio’ a la pérdida del amor y del absoluto; del absoluto del objeto amado y a su irreparable pérdida. Hay una navegación por la belleza de lo perdido transformada en hermosura por medio del verso bello, que es la molinera, y por la música del adiós que viaja por cada poema de este épico y sustantivo libro y a la vez intenso, que nos lleva en tensión desde el primer verso hasta el último como si se tratara de una cuerda de guitarra o violín tensadas al máximo por el poeta que las arpegia. Hay un gran arte en estos poemas en que se combinan la música del adiós -como en la Canción del adiós de Gustav Mahler basada en los poemas de Rückert, cantada por la sublime voz de Katlheen Ferrier- en la forma en que el poeta conduce la evolución de su maestra obra en cada verso, estrofa, pausa, congoja; en cómo él, Creador, se conduce en la totalidad del poema y en la coda final: Ruinas. El único poema, de los 19, que lleva título, como si de darle nombre a lo muerto se tratase. 

Nos da aire el poeta y nos deja sin aliento mientras vamos caminando entre ellos y el significado que vamos aprehendiendo al ir integrándonos en su lectura y a la vez en el reconocimiento de que la belleza tiene más de algo que decir en nuestra vida; en el cómo sentimos y entendemos el habla múltiple de un poeta que entra como sin saber en el nadir de su sentimiento poético; es decir, en su amor perdido; en este caso, en la poesía en que se pueda ver la relación que hay entre la glorificación de la vida (por medio de lo amoroso) y la penuria que es llegar a saber que no hay nada más después de ese absoluto. Sólo nos queda, como lectores, la soledad de un flaneur caminando en sí mismo; que está casi sin salida, sin llegada, sin la voz que se le perdió al caer la tarde en los senderos de La bella molinera.

Para que haya resurrección se escribe, escribimos. Escribe en las cinco líneas el compositor, buscando el equilibrio adentro de los cuatro espacios, fuera del Mi y del mí, dejando fuera de sí el confort del encierro, de la vida que pueda haber entre las líneas y el vacío acotado del pentagrama, es decir de su poema. Pero no la hay; porque la armonía ya dejó de ser también la búsqueda y no hay nada que mitigue el desarraigo que se expande desde su cuerpo a solas como las cuerdas descubiertas por la ciencia. En lo del amor no hay ciencia que valga; después de él hay una dispersión de los elementos que lo fecundan. He ahí el arte de estos poemas; son actuales y, a la vez, son pasado que desaparece como la harina que sube al cielo desde algún molino: el real y el que sale de nuestra angustia.

Al final, nos queda la búsqueda, el entender el ubi sunt, sin locus amenus; porque a ciencia cierta el poeta sabe, o lo presiente, que no hay vuelta: el absoluto –en su caso– no tiene salida, por más que lo busque al calor de sus poemas que lo ayudan a ‘bien vivir, o bien morir'. No tiene sentido el seguir indagando por las causas que lo llevaron a un camino sin salida en su acto de amar, de desamar, de querer estar aquí y allá, porque era el presente lo que estaba en juego entre los amados que se distanciaban a la velocidad de la luz; aunque sin saberlo. Y, cuando llegó la hora de la verdad,  era tarde para remediar lo irremediable. He ahí el poema; la razón de ser de La bella molinera, de este gran poema de amor.

Hay que leer los poemas de La bella molinera para entrar en el sentido de éstos; en la pérdida y a la vez en la alabanza de la razón de amar y del Amor que hay en ellos y en nosotros, los que vivimos así la vida y sus circunstancias. Por medio del amor, o su perdición, sin remedio, perdidos también, un poco, y a la vez gozosos, entramos al molino de ‘la bella molinera’ para desde su Pan, desde su música, tal vez vivir la catarsis que nos espera en los versos sublimes y a la vez luminosos del poeta en su cántico a su amor desaparecido… perdido irremediablemente, como todo ‘gran’ amor.

José Ben-Kotel


viernes, 14 de octubre de 2011

¿Cuándo se murió Aristóteles España?


Por José O. Paredes

¿Cuando tuvo diecisiete años, o ahora que se murió a los cincuenta y seis años?

Mucha muerte para esperar la hora de partir. Se estuvo muriendo, el pobre A. E., o NN, todos estos decenios; desde sus 17 hasta sus 56. Leo la noticia en El Mostrador, y lo creo. No me digo ‘no lo puedo creer’. Lo sabíamos: se moría a pasos lentos, a pena lenta, a angustia lentísima. ¿Cómo sobrevivió tanto?, nos habremos preguntado. Sí; cómo. A punta de sobrevivir en el infierno que le dieron a los 17 años. Era un niño, ¿no?

¿Por qué le temió la fuerza armada de Chile que lo enterró en el infierno de Dawson desde el día de su muerte hasta el fin de su calvario? Tal vez hoy que se me murió al leer la noticia, triste, – como toda mala noticia de este tipo – empieza a vivir. ¿Quién sabe?

17 años canta Lluis Llach a la muerte que le dio el dictador Franco en 1975 a dos jóvenes vascos, empalados. Y a nosotros nos mataban a AE en la Isla Dawson, con 17 años nomás. Desde ese día… desde esos días crueles, de asesinos, mataron su niñez, pero sobrevivió al frío de esa muerte a punta de poesía. Su poesía le fue como el pan del poema de Roque Dalton, de Otto René Castillo; lo alimentó por todos estos años que anduvo de sobreviviente.

No sé qué le habrán hecho en Dawson pero ya tenerlo allí apenas niño fue suficiente para matarlo, no una vez sino tantas veces como las tantas que se levantó de su ‘locura’. Por cierto ya no fue el mismo desde esa experiencia mortífera por más que debe haber tratado de huir de ella. ¿Quién no se vuelve loco después de eso? No amigos/compañeros: no hay que tirar ninguna piedra; solo entender, ponerse triste: no hay nada que juzgar. Los sobrevivientes no dejan de serlo nunca, como tampoco los deja de acompañar la culpa: es una de las tantas secuelas que deja la tortura en los que empiezan a vivir una segunda muerte al andar de nuevo por el mundo. Nunca más libres.

¿Pero no estaba loco?; preguntará algún inocente. Quién no lo está en el país; en un país que deja que esto le pase a una persona de solo 17 años. Dentro de su mal estaba lúcido como para entender que no era de este mundo.

Hoy 29 de julio de 2011 leo la noticia. Ayer se habrá muerto me digo, y me muerdo un dedo, me muerdo los labios y me sorprende la noticia doblemente. Justamente ayer, o el día anterior revisé unas fotografías y lo vi a nuestro AE. Son fotografías de hace dos o tres años, no recuerdo bien. Pero ahí está, muerto en vida y vivo en la imagen dentro de la celda donde lo visitamos con los poetas Gonzalo Contreras y Roberto Molina en el hospital u hospicio de Playa Ancha.

Lo fuimos a visitar a instancias mías porque quería verlo en persona, y por una cosa de cariño, y porque de hacía tiempo no lo veía y porque estaba en su Purgatorio. AE era/es el Purgatorio y el Infierno, su ejemplo vivo. Y la culpa no era de AE, como muchos habrán pensado. Tenía diecisiete años cuando le dieron su primera muerte; desde ese acto vil no dejó de morir el niño y por esas cosas de la vida, (tal vez la cuestión de los instintos de vida desde su muerte temprana, ‘tan temprana’ como lo escribió MH en su elegía a la muerte de su amigo Ramón Sijé), AE nació a la vida a través de los poemas que escribió mientras lo mataban los militares chilenos en el Campo de Concentración Isla Dawson.

En la clínica donde lo estaban limpiando era el único ‘loco’ cuerdo.

Estaba listo para salir de nuevo al mundo, aunque tenía para rato. El veneno que tenía en su cuerpo – y en su mente – no se iba todavía. Sabía el por qué, como también que no tenía salida. Su ‘vida’ entre los vivos era cuestión de tiempo; tarde o temprano habría punto final. Éste le empezó en Dawson y le continuó en el país durante y después de la dictadura.

A pesar de su larga ‘temporada en el infierno’ – infierno real, no poético – hizo que este le sea llevadero y se abocó a caminar por el lado de la vida, como pudo. Pero ya estaba cojo, con un ala herida como Alsino, o como el Ícaro que no llegó a ser por los demonios que lo fueron enfermando desde su situación de prisionero de guerra primero, y de ex-prisionero después. AE fue víctima de una guerra que existió en la imaginación de los bárbaros y que, sin embargo, la llevaron a cabo con toda la crueldad posible. Seguro que sabía que la Isla Dawson era una gota en medio del Estrecho de Magallanes o golfo de Penas, porque todo Chile era un gran campo de concentración del extremo sur al extremo norte. Prisión que duró largos años, casi dos decenios, y que nos sigue castigando con sus coletazos, después incluso, hasta hoy día, en la democracia de pata coja que tenemos en el país.

Participó como miles de nosotros en la lucha en contra de la dictadura, con las herramientas que teníamos a mano: el arte, en todas sus formas de lucha. Recordemos – como ejemplo, dentro de tantos que podemos dar – el Colectivo de escritores Jóvenes (CEJ), organización que funcionó al alero de la Sociedad de Escritores de Chile, donde fue miembro activo; si no me equivoco, desde sus inicios por ahí en el otoño o invierno de 1982. El CEJ hizo un trabajo de base y estuvo participando en las movilizaciones y protestas que se hicieron en esos años, como tantos de nosotros en Santiago y de otras ciudades del país. AE hizo su parte en el Colectivo – fuera de todo elitismo, reitero, en la base, no desde la elite – en la lucha desigual que teníamos los que nos quedamos en Chile para hacer lo que teníamos que hacer: dar la pelea y luchar por la vida en contra de tanta muerte que nos caía encima.

¿Alguien recuerda cuántas veces nos mataron?

Recordarán al menos el poema/canción de la poeta argentina María Elena Walsh: Tantas veces me mataron/ tantas veces me morí/ sin embargo estoy aquí/ resucitando/.

A pesar de su enfermedad, que no era de vida, siguió hasta ahora entre nosotros.

Descansa en paz, querido poeta; la paz que te dieron tus amigos, los que te amaron; la que no te dieron, o más bien la que te robaron los que te hicieron prisionero de guerra – con todas sus consecuencias – cuando apenas tenías 17 años. En ese instante de asesinos comenzó tu muerte, el calvario que terminó hace unas horas cuando diste tu último suspiro, que también es el nuestro, compañero: ‘Compañero del alma, muerto tan temprano’.

No quisiera terminar con el viejo cliché… para decirte en un segundo ‘descansa en paz, querido Tote’… Igual lo haré: En tu muerte temprana también he muerto, ha muerto una parte de mí, de ese tiempo que a pesar que nos lo robaron lo rescatamos desde las cenizas haciéndonos Ave Fénix, con nuestras propias uñas y hojas de poesía, de cuentos; con nuestros trípticos y revistas precarias; palabras y cantos; en los sindicatos, en la SECH, en las iglesias; en las barricadas y las balaceras todos esos años con que nos cargaron con estado de sitio y toque de queda la derecha política y militar.

Los que han olvidado, recuerden que desde ese tiempo de locos salimos con vida, porque luchamos a manos limpias y a pecho descubierto, con todas las formas de lucha para acabar con la dictadura y sus acólitos de la derecha política y económica chilena… Aunque una gran parte de nuestra juventud fue cortada de raíz, renacimos como el árbol de la esperanza/ al borde del abismo/mantente firme del poeta Gonzalo Millán – de su libro Seudónimos de la muerte publicado en Santiago a la vuelta de su exilio, en 1984 – nos sosteníamos al borde de la vida, firmes, y más libres que nunca.

No nos morimos en ese entonces.

Tampoco se murió Aristóteles España en ese entonces, pero se estaba muriendo y no lo sabíamos. Más que nosotros, los que lo sobrevivimos ayer y en este momento. Está bien recordar los que estuvimos a su lado en los ochenta. No se quedó con los brazos cruzados en ese tiempo de la peste. No lo derrotaron, sin embargo. Tal vez su juventud lo ayudó, quién sabe; o la sabiduría de viejo que habrá adquirido en esa situación límite. Horrendamente al límite. Hizo lo que teníamos que hacer y se metió de lleno a luchar con la fuerza de un sobreviviente del campo de concentración de Isla Dawson. Seguro que el paso del tiempo le iría minando la resistencia, el existir, el sentido de estar entre los vivos siendo uno que tuvo la muerte caminando a su lado como si fuera su sombra. No dejó de serlo nunca, para mala suerte de todos nosotros.

Tiempos de muerte vivíamos, seguimos viviendo: muchos, demasiados asesinos andan aún sueltos por las calles del país y sin ningún remordimiento; también los ideólogos que nos vendieron al mejor postor e hicieron las leyes que nos gobiernan: dejaron todo amarrado, bien amarrado, para que no haya vuelta a la libertad que tuvimos antes del golpe de estado.

Tu muerte me llenó de tristeza, Aristóteles España.

Una lágrima, un sollozo a solas… Tan lejos estoy para decirte adiós en la misa de tu responso antes de que te lleven a tu Punta Arenas rodeado de los amigos sinceros que te cuidaron como si fueras su hermano. Lo eres.

jueves, 6 de octubre de 2011

Al viento, viñetas. Por José O. Paredes

Utopía y mala educación


La educación en el país: un chiste de mal gusto. Si no se le pone el cascabel al gato, las cosas irán de mal en peor. No pueden estar peores, responde uno que estuvo en la revuelta y salvó la vida porque Dios es grande y era corredor como una liebre. ¡Pero no es un chiste! Es para ponerse a llorar a gritos, reclama una madre que ve en la televisión que era a su hija a la que estaba apaleando un policía. No es que se haya topado con la Iglesia, sino con la estupidez de los políticos que siguen comulgando con ruedas de carretas y agradeciéndole a la dictadura las amarras y siguen al pie de la letra los dictados de las sacrosantas leyes del mercado, de ese modo dejan que se salve el que pueda en esto de educarse. El caso es que ni para mini negocio da la cosa. La educación pasó a ser más que un negocio un gran negociado, y por eso estamos como estamos: la mataron los ideólogos de la dictadura que se infatúan todavía con lo de la libertad de enseñanza, eufemismo que sería patético si no fuera de vida o muerte. Es ridículo, o criminal, que no sea una razón de estado, dice una abuela que se educó en las escuelas de antaño. Los estudiantes se están subiendo por el chorro le dice el ministro del interior sin asumir sus palabras y diciéndole usted lo escribió, a la periodista que lo confronta. ¿Subiéndose por el chorro? ¿Esa es la manera de responder a un movimiento de niños que no quieren tomarse el cielo por asalto si no tener un pupitre donde poder soñar con un futuro más ancho y menos ajeno y bastardo? Vergüenza debiera darle al señor ministro, al presidente y a todos los que han hecho la vista gorda sobre la mala educación en el país: ésta es un fracaso total, hace agua por todos lados. Ningún parche la arreglará, por más buena voluntad que se ponga en contener la avalancha. Podemos deducir que los estudiantes no quieren tener un futuro promisorio sino un presente que los ayude a recuperar el tiempo perdido y no ser nunca más las víctimas de un sistema educacional hecho a la medida de los que no quieren que seamos un país de libres. Moraleja obvia, o no tan obvia, para muchos: La mala educación mata. Es todo; así terminó el cuento. Sin embargo, la revuelta dará sus frutos, más temprano que tarde, dirá un romántico que no pierde la esperanza al ver al futuro de toda patria: los niños, tomando las riendas del fracaso de los adultos, que todavía no entienden que la cosa va por otro lado. Sin revolución no hay pan, sin educación nunca habrá evolución.



Lección de vida

Los estudiantes la escucharon sin respirar; a más de alguno le salió un suspiro, tal vez una lágrima: algo emocionante había en la mujer que los visitaba. Como ellos había llegado bien lejos en la vida, pero también pasó el infierno de los suyos. Por culpa de los escuadrones de la muerte huyó al Norte; era profesora y la habían amenazado de muerte; por eso se aventuró en la travesía que le cambiaría la vida para siempre. No les contó las que habrá pasado en su camino a estar viva. Los jóvenes saben de su pasión porque también la vivieron sus padres; incluso alguno de ellos mismos ha replicado la huida de la maestra Palacios, por culpa de las pandillas o por reunificación familiar. También son mojados y por eso entienden de lo que les habla. La guerra destruyó las familias del campo y la ciudad y por eso llegaron por estos lados, por nada más entonces; y por la otra guerra que asola a El Salvador después de la paz: la pobreza y las maras. Llegó a ser doctora, porque no se quedó rumiando su rabia ni tampoco muriéndose de nostalgia. Ni la muerte ni la distancia tuvieron dominio en sus territorios ni mucho menos en su alma.

Juegos peligrosos, crímenes perfectos


Se llaman vigilantes, pero más que nada son cazadores. No de fortuna sino de infortunados. Y les va bien, porque tienen armas de última generación, por lo que los que caen en el centro de sus miras no tienen escapatoria. Se ungieron a sí mismos en vigilantes de la frontera sur de Estados Unidos, materia que debiera estar en manos de las fuerzas policiales de fronteras, pero como éstas no dan abasto ante el flujo y reflujo migratorio, tomaron la justicia en sus manos y así les va a los que entran en el horizonte de sus armas. Las autoridades hacen la vista gorda y las denuncias de las organizaciones de apoyo a los inmigrantes caen en saco roto. A río revuelto están sacando ganancias de cazadores: han pasado a ser los nuevos héroes para los más retrógrados del país hambriento de héroes de cartón piedra. Todavía no siembran la frontera de cadáveres, pero ya hay una cantidad sustancial de muertos por una bala entre ceja y ceja o en el corazón, a los que dejan tirados para que sean un aviso intimidatorio a los que seguirán la suerte de los caídos en esta guerra injusta. Quieren hacer cada vez más difícil el Paso al Norte a los desesperados del mundo, pero no van a conseguir nunca que éstos dejen de arriesgar sus vidas. Porque más les vale perderla de un viaje, que a fuego lento en sus países donde no tienen ninguna tabla de salvación. El Norte es la última esperanza que tienen y es por eso que no se arredran; porque no tienen mucho que perder, si acaso la vida: se la juegan a fondo en esa aventura. Un nuevo fascismo ha nacido en Estados Unidos; los vigilantes y los Minutemen son una muestra oficial de esa lacra. Un linchamiento a mansalva está ocurriendo en la Frontera Sur –y no hay autoridad local ni federal que le quiera poner atajo– a plena luz del día y de la noche. Por cierto la vida no vale nada para los que cazan hombres, mujeres y niños como si fueran conejos al norte del río Grande.



Salvajes nuevos

A puertas cerradas y a televisión abierta fue el pillaje. A sangre fría, como el asesino de Capote, dirá uno que sabe de muertes: es un sobreviviente. Se cambiaba la ley y no habría problemas por decenas de años, fue el sueño y sabían que lo iban a lograr: tenían el poder de la fuerza y eso les daba la razón. Fueron unos salvajes que querían hacer pagar caro la revolución que tuvieron no ha mucho. Si no hubiese habido educación, todo habría andado bien para sus bolsillos y no se habrían rebelado, buscando un imposible y reclamando por un mundo mejor, los muy malditos. Para eso cortaron de raíz todo, antes que les salieran alas de nuevo a los revoltosos que no dejaban tranquilo el país. Ahora sí es una taza de leche, y eso tiene que preservarse: el estado tiene que sacar sus manos, y que entre a tallar el capital y la libertad de enseñanza, es decir la de ellos: ¿ley del embudo? El neoliberalismo entraba en la arena como el mejor de los salvajes: destruyendo todo. Ahora, y entonces, en los días de su reinado, el país se vino abajo, pero no en la caída libre del poeta de Huidobro, sino en la peor de todas, la del sálvese, o rásquese, quien pueda: los pobres con su pobreza, los ricos con su riqueza y los chicha ni limoná... Pues a ellos les llegará cuanto antes y sin darse cuenta la hora de pagar. Siempre habían tenido al ministerio entre ojos, por eso lo hicieron pedazos y ahora andamos volando bajo; la anarquía es de padre y señor mío. De esa destrucción viene todo, el mal y el malestar y la desazón que abruma y está despertando a unos tantos: lo hicieron un país farandulero; ayer y lo es hoy, en una decadencia sin parangón ni paracaídas; de mal educados. Capitalismo salvaje, puro y simple brilla en el smog de Santiago y nada más, donde los nuevos neoliberales se soban las manos tratando de seguir viéndoles la suerte a los ciudadanos que cada día que pasa son más bobos. Para ello destruyeron la educación y le dieron chipe libre al amor tirano: la omnipresente televisión que todo lo abarata, hasta el alma. Capitalismo, neoliberalismo son la misma historia dirán los desencantados o los que ven bajo el agua; otro le responderá que son iguales de salvajes, los de ahora y los de ayer. Depende desde donde se mire, les responderá un liberal recién llegado a bordo y tal vez sea la primera rata que escape del barco que se hunde.

Tentados


La dejó ir sin más, no porque quisiera. Era una desconocida y en aquellos minutos que estuvieron juntos les fue como la eternidad. A primera vista les fue el todo, que en todo caso no habría sido nada si no hubiera sido que la hermosa apoyase su pubis, como si nada la cosa, en el perfil de su mano que iba sujeta a la baranda metálica. Todo fue siendo súbito, ni que hubiera sido sueño. Dos, tres, cuatro estaciones; habría seguido hasta el final con ella, pero tenía que bajarse en El Llano. Sería todo, y más que una ilusión. Se movía al compás del tren, como si nada, y el vaivén imperceptible lo hacía soñar con el paraíso. Le recorría el calor que a todos nos da, y el morbo maravilloso. En ese instante único y unánime eran, no importara qué, el uno para el otro, y sin embargo sabían, por buenas razones o no, que ese viaje tenía un final anunciado: no llegarían más allá. Seguro que ella recordará, o no. A lo mejor es su hábito, el de ‘aparearse’ con desconocidos en el tren, quién sabe. ¿O fue realmente un encuentro que debieron haber seguido hasta las últimas consecuencias? El hecho es que no olvida ese suceso después de años, y tal vez le fue solo un sueño o una realización de deseos que todos llevamos dentro cuando viajamos en metro, o bajo nuestras almohadas.

Post Mortem

a Stella Díaz Varín


Perdió la oportunidad de su vida al escribir la última crónica de la poeta en forma de epitafio, ¿o ‘reconocimiento’? Su mal gusto y mala leche, quedó demostrado otra vez al sacar a la luz historias íntimas de la occisa, que ya no venían al caso. Nosotros, sus lectores esperábamos algo mejor que su patética revancha. Era leyenda la mala vida y mejor fama que tuvo la glamorosa poeta en sus años jóvenes y en su irse del mundo de los tontos. El Fürher se equivocó de nuevo al demostrar su bajeza con la muerta que no tiene forma de refutar la fabulación de su vida pública hecha por el Palomo blanco, que de blanco tiene sólo su cabellera. Es un vil villano o está senil esta mala sombra, nos preguntamos y damos vuelta la hoja del diario. Hombre de mala fe, de mente podrida, le diría la poeta, si pudiera defenderse. Pero también recordaría que así son las cosas en su patria podrida, en que ni a los muertos dejan de chaquetearlos: la envidia es un arte nacional; bien lo supo en vida y ahora lo saben sus restos que debieran descansar en paz. El cronista mercurial sabe de esas cosas y a lo mejor ya está en su cuesta abajo y no tiene idea cuán gran poeta es la Estela, que a pesar de todo murió en su ley y nunca vendió su alma al diablo como otros de su generación, la que en los años del asco luchó junto a los suyos. Pudo hacer una hermosa crónica y no hizo más que ensuciar la memoria de la Musa de los del 50, como las palomas que bajan de las nubes a los enamorados de la Plaza de Armas con su producción terrestre.



Preguntas al alimón

Quién le hace el juego a quién. Todo parecía indicar que a río revuelto ganancia de... perdedores. Los opositores, de la mano de su líder, creían que oponiéndose a como dé lugar en contra de las movidas del presidente para poner fuera del juego a los terroristas que andan dando los últimos palos de ciego –en una retirada de punto final, aunque tomadas por pinzas por estos, que de política saben muy poco; sólo conocían el silencio después de las balas, o el de los bombazos, o el de sus madrigueras. Cabría preguntarse si en realidad quieren la derrota del enemigo –en su caso y en el de todos, el enemigo principal sería los que por fin dejaron de matar– o le están dando más afrecho para que en aguas divididas saquen dividendos sustanciosos, los que están cambiando de piel. Quitándole la sal y el agua no llegarán muy lejos los que se oponen a remache a los pasos del gobierno para lidiar con la banda terrorista; se puede presagiar que llegarán nada más ni nada menos que a beber el amargo de su propia derrota e infamia. Tienen su agenda y no hay nada nefasto en ello, de eso se vive en democracia. Mas, cabría hacerse otra pregunta: estos benditos son demócratas reales ¿o son un espejismo? Todo lo ven en rojo (son peores que toros listos para el duelo a muerte) –en su caso en blanco y negro– y la vida no es así, sobre todo en política en que toda intransigencia mata a la gallina de los huevos de oro. De que tiene huevos, el señor cuestionado y sus seguidores, no cabe duda, con la salvedad que en cualquier momento se les pueden volver hueros. Es tiempo de ponerle el cascabel a los intransigentes y no dejar que sus consignas sigan ensuciando la mente de los ciudadanos que quieren más que nadie vivir en paz: el derecho de vivir en paz no se los debe ensuciar nadie. Hacen creer que la hecatombe está a la vuelta de la esquina es de frívolos, y no es para tanto. Por suerte la historia no se detiene y al final del largo camino los gritos a rebato de los intransigentes se los habrá llevado el viento: no habrá habido el Apocalipsis tanta veces anunciado por ellos y los que de manera implícita reconocían su derrota, escuchaban desde la vereda del frente los estertores de los que les hacían el juego.

Casa sucia


En Palacio los tienen entre ojos. No paran un minuto de hacer lo imposible para borrarlos de la faz de la tierra. Tienen los mejores estudios y los cuentos de sus espías en carpetas especiales con lo que hacen y no hacen esos hijos del demonio. Los tienen en la mira no sólo porque violan los derechos humanos, roban elecciones, ponen en bancarrota a sus países, espían a sus ciudadanos; torturan; asesinan niños, mujeres, ancianos y a todo el que tenga pinta de enemigo; hacen la guerra a los países vecinos, o a países lejanos; se pasan las leyes internacionales por el trasero, por lo que se ponen cada vez más fuera de la ley, porque creen que están sobre el bien y el mal, que están arriba de todo y de todos; y porque, de hecho, tienen todo el poder del mundo en sus manos manchadas de sangre y de otras calamidades. No tienen que mirar muy lejos, en todo caso, en la casa en cuestión: ellos son el armagedón; éste lo anuncian a diario, como una propaganda diabólica, para tener a sus ciudadanos, y de paso al mundo entero, con el alma en un hilo. En suma, los tiranos, son un gran peligro para la humanidad y para los valores occidentales, orientales, del sur, del norte, de los cuatro vientos. Por una cosa de moral los quieren exterminar como a ratas si pudieran, pero en Palacio todo les está saliendo al revés. Como ejemplo está la guerra que los está volviendo más locos de lo que son: no ha mucho el ‘gran’ jefe reconoció la derrota pasándole la solución del conflicto al próximo presidente. Podemos deducir que los demonios no son los otros, están en la propia casa del dictador que robó las elecciones, sigue hundiendo a su país económica y moralmente, y dándole miles de millones a sus amigos y a las corporaciones que lo pusieron como el títere que es para robar con guante blanco los impuestos y el alma de los ciudadanos. Por lo que no hay que mirar muy lejos ni mirar la paja en los ojos ajenos: el enemigo lo tenemos en nuestra casa y pocos se han dado cuenta. La Casa Blanca hace tiempo dejó de ser inmaculada. Lo malo de todo es que no hay cómo cambiar el orden de las cosas ni la derrota–léase el derrumbe del país– que se viene peor que el reportaje de una muerte anunciada escrito hará años.