jueves, 6 de octubre de 2011

Al viento, viñetas. Por José O. Paredes

Utopía y mala educación


La educación en el país: un chiste de mal gusto. Si no se le pone el cascabel al gato, las cosas irán de mal en peor. No pueden estar peores, responde uno que estuvo en la revuelta y salvó la vida porque Dios es grande y era corredor como una liebre. ¡Pero no es un chiste! Es para ponerse a llorar a gritos, reclama una madre que ve en la televisión que era a su hija a la que estaba apaleando un policía. No es que se haya topado con la Iglesia, sino con la estupidez de los políticos que siguen comulgando con ruedas de carretas y agradeciéndole a la dictadura las amarras y siguen al pie de la letra los dictados de las sacrosantas leyes del mercado, de ese modo dejan que se salve el que pueda en esto de educarse. El caso es que ni para mini negocio da la cosa. La educación pasó a ser más que un negocio un gran negociado, y por eso estamos como estamos: la mataron los ideólogos de la dictadura que se infatúan todavía con lo de la libertad de enseñanza, eufemismo que sería patético si no fuera de vida o muerte. Es ridículo, o criminal, que no sea una razón de estado, dice una abuela que se educó en las escuelas de antaño. Los estudiantes se están subiendo por el chorro le dice el ministro del interior sin asumir sus palabras y diciéndole usted lo escribió, a la periodista que lo confronta. ¿Subiéndose por el chorro? ¿Esa es la manera de responder a un movimiento de niños que no quieren tomarse el cielo por asalto si no tener un pupitre donde poder soñar con un futuro más ancho y menos ajeno y bastardo? Vergüenza debiera darle al señor ministro, al presidente y a todos los que han hecho la vista gorda sobre la mala educación en el país: ésta es un fracaso total, hace agua por todos lados. Ningún parche la arreglará, por más buena voluntad que se ponga en contener la avalancha. Podemos deducir que los estudiantes no quieren tener un futuro promisorio sino un presente que los ayude a recuperar el tiempo perdido y no ser nunca más las víctimas de un sistema educacional hecho a la medida de los que no quieren que seamos un país de libres. Moraleja obvia, o no tan obvia, para muchos: La mala educación mata. Es todo; así terminó el cuento. Sin embargo, la revuelta dará sus frutos, más temprano que tarde, dirá un romántico que no pierde la esperanza al ver al futuro de toda patria: los niños, tomando las riendas del fracaso de los adultos, que todavía no entienden que la cosa va por otro lado. Sin revolución no hay pan, sin educación nunca habrá evolución.



Lección de vida

Los estudiantes la escucharon sin respirar; a más de alguno le salió un suspiro, tal vez una lágrima: algo emocionante había en la mujer que los visitaba. Como ellos había llegado bien lejos en la vida, pero también pasó el infierno de los suyos. Por culpa de los escuadrones de la muerte huyó al Norte; era profesora y la habían amenazado de muerte; por eso se aventuró en la travesía que le cambiaría la vida para siempre. No les contó las que habrá pasado en su camino a estar viva. Los jóvenes saben de su pasión porque también la vivieron sus padres; incluso alguno de ellos mismos ha replicado la huida de la maestra Palacios, por culpa de las pandillas o por reunificación familiar. También son mojados y por eso entienden de lo que les habla. La guerra destruyó las familias del campo y la ciudad y por eso llegaron por estos lados, por nada más entonces; y por la otra guerra que asola a El Salvador después de la paz: la pobreza y las maras. Llegó a ser doctora, porque no se quedó rumiando su rabia ni tampoco muriéndose de nostalgia. Ni la muerte ni la distancia tuvieron dominio en sus territorios ni mucho menos en su alma.

Juegos peligrosos, crímenes perfectos


Se llaman vigilantes, pero más que nada son cazadores. No de fortuna sino de infortunados. Y les va bien, porque tienen armas de última generación, por lo que los que caen en el centro de sus miras no tienen escapatoria. Se ungieron a sí mismos en vigilantes de la frontera sur de Estados Unidos, materia que debiera estar en manos de las fuerzas policiales de fronteras, pero como éstas no dan abasto ante el flujo y reflujo migratorio, tomaron la justicia en sus manos y así les va a los que entran en el horizonte de sus armas. Las autoridades hacen la vista gorda y las denuncias de las organizaciones de apoyo a los inmigrantes caen en saco roto. A río revuelto están sacando ganancias de cazadores: han pasado a ser los nuevos héroes para los más retrógrados del país hambriento de héroes de cartón piedra. Todavía no siembran la frontera de cadáveres, pero ya hay una cantidad sustancial de muertos por una bala entre ceja y ceja o en el corazón, a los que dejan tirados para que sean un aviso intimidatorio a los que seguirán la suerte de los caídos en esta guerra injusta. Quieren hacer cada vez más difícil el Paso al Norte a los desesperados del mundo, pero no van a conseguir nunca que éstos dejen de arriesgar sus vidas. Porque más les vale perderla de un viaje, que a fuego lento en sus países donde no tienen ninguna tabla de salvación. El Norte es la última esperanza que tienen y es por eso que no se arredran; porque no tienen mucho que perder, si acaso la vida: se la juegan a fondo en esa aventura. Un nuevo fascismo ha nacido en Estados Unidos; los vigilantes y los Minutemen son una muestra oficial de esa lacra. Un linchamiento a mansalva está ocurriendo en la Frontera Sur –y no hay autoridad local ni federal que le quiera poner atajo– a plena luz del día y de la noche. Por cierto la vida no vale nada para los que cazan hombres, mujeres y niños como si fueran conejos al norte del río Grande.



Salvajes nuevos

A puertas cerradas y a televisión abierta fue el pillaje. A sangre fría, como el asesino de Capote, dirá uno que sabe de muertes: es un sobreviviente. Se cambiaba la ley y no habría problemas por decenas de años, fue el sueño y sabían que lo iban a lograr: tenían el poder de la fuerza y eso les daba la razón. Fueron unos salvajes que querían hacer pagar caro la revolución que tuvieron no ha mucho. Si no hubiese habido educación, todo habría andado bien para sus bolsillos y no se habrían rebelado, buscando un imposible y reclamando por un mundo mejor, los muy malditos. Para eso cortaron de raíz todo, antes que les salieran alas de nuevo a los revoltosos que no dejaban tranquilo el país. Ahora sí es una taza de leche, y eso tiene que preservarse: el estado tiene que sacar sus manos, y que entre a tallar el capital y la libertad de enseñanza, es decir la de ellos: ¿ley del embudo? El neoliberalismo entraba en la arena como el mejor de los salvajes: destruyendo todo. Ahora, y entonces, en los días de su reinado, el país se vino abajo, pero no en la caída libre del poeta de Huidobro, sino en la peor de todas, la del sálvese, o rásquese, quien pueda: los pobres con su pobreza, los ricos con su riqueza y los chicha ni limoná... Pues a ellos les llegará cuanto antes y sin darse cuenta la hora de pagar. Siempre habían tenido al ministerio entre ojos, por eso lo hicieron pedazos y ahora andamos volando bajo; la anarquía es de padre y señor mío. De esa destrucción viene todo, el mal y el malestar y la desazón que abruma y está despertando a unos tantos: lo hicieron un país farandulero; ayer y lo es hoy, en una decadencia sin parangón ni paracaídas; de mal educados. Capitalismo salvaje, puro y simple brilla en el smog de Santiago y nada más, donde los nuevos neoliberales se soban las manos tratando de seguir viéndoles la suerte a los ciudadanos que cada día que pasa son más bobos. Para ello destruyeron la educación y le dieron chipe libre al amor tirano: la omnipresente televisión que todo lo abarata, hasta el alma. Capitalismo, neoliberalismo son la misma historia dirán los desencantados o los que ven bajo el agua; otro le responderá que son iguales de salvajes, los de ahora y los de ayer. Depende desde donde se mire, les responderá un liberal recién llegado a bordo y tal vez sea la primera rata que escape del barco que se hunde.

Tentados


La dejó ir sin más, no porque quisiera. Era una desconocida y en aquellos minutos que estuvieron juntos les fue como la eternidad. A primera vista les fue el todo, que en todo caso no habría sido nada si no hubiera sido que la hermosa apoyase su pubis, como si nada la cosa, en el perfil de su mano que iba sujeta a la baranda metálica. Todo fue siendo súbito, ni que hubiera sido sueño. Dos, tres, cuatro estaciones; habría seguido hasta el final con ella, pero tenía que bajarse en El Llano. Sería todo, y más que una ilusión. Se movía al compás del tren, como si nada, y el vaivén imperceptible lo hacía soñar con el paraíso. Le recorría el calor que a todos nos da, y el morbo maravilloso. En ese instante único y unánime eran, no importara qué, el uno para el otro, y sin embargo sabían, por buenas razones o no, que ese viaje tenía un final anunciado: no llegarían más allá. Seguro que ella recordará, o no. A lo mejor es su hábito, el de ‘aparearse’ con desconocidos en el tren, quién sabe. ¿O fue realmente un encuentro que debieron haber seguido hasta las últimas consecuencias? El hecho es que no olvida ese suceso después de años, y tal vez le fue solo un sueño o una realización de deseos que todos llevamos dentro cuando viajamos en metro, o bajo nuestras almohadas.

Post Mortem

a Stella Díaz Varín


Perdió la oportunidad de su vida al escribir la última crónica de la poeta en forma de epitafio, ¿o ‘reconocimiento’? Su mal gusto y mala leche, quedó demostrado otra vez al sacar a la luz historias íntimas de la occisa, que ya no venían al caso. Nosotros, sus lectores esperábamos algo mejor que su patética revancha. Era leyenda la mala vida y mejor fama que tuvo la glamorosa poeta en sus años jóvenes y en su irse del mundo de los tontos. El Fürher se equivocó de nuevo al demostrar su bajeza con la muerta que no tiene forma de refutar la fabulación de su vida pública hecha por el Palomo blanco, que de blanco tiene sólo su cabellera. Es un vil villano o está senil esta mala sombra, nos preguntamos y damos vuelta la hoja del diario. Hombre de mala fe, de mente podrida, le diría la poeta, si pudiera defenderse. Pero también recordaría que así son las cosas en su patria podrida, en que ni a los muertos dejan de chaquetearlos: la envidia es un arte nacional; bien lo supo en vida y ahora lo saben sus restos que debieran descansar en paz. El cronista mercurial sabe de esas cosas y a lo mejor ya está en su cuesta abajo y no tiene idea cuán gran poeta es la Estela, que a pesar de todo murió en su ley y nunca vendió su alma al diablo como otros de su generación, la que en los años del asco luchó junto a los suyos. Pudo hacer una hermosa crónica y no hizo más que ensuciar la memoria de la Musa de los del 50, como las palomas que bajan de las nubes a los enamorados de la Plaza de Armas con su producción terrestre.



Preguntas al alimón

Quién le hace el juego a quién. Todo parecía indicar que a río revuelto ganancia de... perdedores. Los opositores, de la mano de su líder, creían que oponiéndose a como dé lugar en contra de las movidas del presidente para poner fuera del juego a los terroristas que andan dando los últimos palos de ciego –en una retirada de punto final, aunque tomadas por pinzas por estos, que de política saben muy poco; sólo conocían el silencio después de las balas, o el de los bombazos, o el de sus madrigueras. Cabría preguntarse si en realidad quieren la derrota del enemigo –en su caso y en el de todos, el enemigo principal sería los que por fin dejaron de matar– o le están dando más afrecho para que en aguas divididas saquen dividendos sustanciosos, los que están cambiando de piel. Quitándole la sal y el agua no llegarán muy lejos los que se oponen a remache a los pasos del gobierno para lidiar con la banda terrorista; se puede presagiar que llegarán nada más ni nada menos que a beber el amargo de su propia derrota e infamia. Tienen su agenda y no hay nada nefasto en ello, de eso se vive en democracia. Mas, cabría hacerse otra pregunta: estos benditos son demócratas reales ¿o son un espejismo? Todo lo ven en rojo (son peores que toros listos para el duelo a muerte) –en su caso en blanco y negro– y la vida no es así, sobre todo en política en que toda intransigencia mata a la gallina de los huevos de oro. De que tiene huevos, el señor cuestionado y sus seguidores, no cabe duda, con la salvedad que en cualquier momento se les pueden volver hueros. Es tiempo de ponerle el cascabel a los intransigentes y no dejar que sus consignas sigan ensuciando la mente de los ciudadanos que quieren más que nadie vivir en paz: el derecho de vivir en paz no se los debe ensuciar nadie. Hacen creer que la hecatombe está a la vuelta de la esquina es de frívolos, y no es para tanto. Por suerte la historia no se detiene y al final del largo camino los gritos a rebato de los intransigentes se los habrá llevado el viento: no habrá habido el Apocalipsis tanta veces anunciado por ellos y los que de manera implícita reconocían su derrota, escuchaban desde la vereda del frente los estertores de los que les hacían el juego.

Casa sucia


En Palacio los tienen entre ojos. No paran un minuto de hacer lo imposible para borrarlos de la faz de la tierra. Tienen los mejores estudios y los cuentos de sus espías en carpetas especiales con lo que hacen y no hacen esos hijos del demonio. Los tienen en la mira no sólo porque violan los derechos humanos, roban elecciones, ponen en bancarrota a sus países, espían a sus ciudadanos; torturan; asesinan niños, mujeres, ancianos y a todo el que tenga pinta de enemigo; hacen la guerra a los países vecinos, o a países lejanos; se pasan las leyes internacionales por el trasero, por lo que se ponen cada vez más fuera de la ley, porque creen que están sobre el bien y el mal, que están arriba de todo y de todos; y porque, de hecho, tienen todo el poder del mundo en sus manos manchadas de sangre y de otras calamidades. No tienen que mirar muy lejos, en todo caso, en la casa en cuestión: ellos son el armagedón; éste lo anuncian a diario, como una propaganda diabólica, para tener a sus ciudadanos, y de paso al mundo entero, con el alma en un hilo. En suma, los tiranos, son un gran peligro para la humanidad y para los valores occidentales, orientales, del sur, del norte, de los cuatro vientos. Por una cosa de moral los quieren exterminar como a ratas si pudieran, pero en Palacio todo les está saliendo al revés. Como ejemplo está la guerra que los está volviendo más locos de lo que son: no ha mucho el ‘gran’ jefe reconoció la derrota pasándole la solución del conflicto al próximo presidente. Podemos deducir que los demonios no son los otros, están en la propia casa del dictador que robó las elecciones, sigue hundiendo a su país económica y moralmente, y dándole miles de millones a sus amigos y a las corporaciones que lo pusieron como el títere que es para robar con guante blanco los impuestos y el alma de los ciudadanos. Por lo que no hay que mirar muy lejos ni mirar la paja en los ojos ajenos: el enemigo lo tenemos en nuestra casa y pocos se han dado cuenta. La Casa Blanca hace tiempo dejó de ser inmaculada. Lo malo de todo es que no hay cómo cambiar el orden de las cosas ni la derrota–léase el derrumbe del país– que se viene peor que el reportaje de una muerte anunciada escrito hará años.