martes, 15 de noviembre de 2011

Leche para el cerebro


       Por José O. Paredes

Por diez años estuve trabajando como educador en una escuela de Washington D.C., haciéndoles clases de Lengua y Literatura a jóvenes latinoamericanos que asistían a la escuela César Chávez (es una escuela Charter – independiente – financiada con dinero público, ubicada en el South West de la ciudad, y atiende básicamente estudiantes de bajos recursos). La mayoría de mis estudiantes que son de origen latino – nacidos en estados Unidos algunos – (cuyas familias, en su mayoría, son campesinos y sin mayor educación, o con muy poca; emigran al Norte para salvarse de la pobreza; también saben que si sus hijos obtienen una buena educación, tendrán un futuro mejor que el de ellos)  llegaban a mi sala de clases sabiendo poco, o muy poco, de nuestro idioma. Algunos de ellos apenas lo hablaban, lo escribían, lo leían, por lo que la tarea de hacerlos ‘maestros’ del idioma en poco tiempo no era fácil. Sobre todo si me enfocaba a enseñarles  nuestra lengua por medio del sistema gramatical. Por lo que se me vino la idea de que la mejor manera de hacerlos despertar al castellano sería por medio de los verdaderos maestros de todo idioma: los escritores, los poetas, los filósofos y… ellos mismos, trabajando de aprendices. Llegarán a serlo cuando aprendan a usarlo como el constructor de muebles, casas, trajes, etc. aprendió a serlo del maestro mueblista, carpintero, sastre... Así se ha hecho el mundo, en la interacción del maestro con el aprendiz.
El quid del asunto estuvo en cómo despertarles el interés por aprender a leer, escribir, entender y pensar en castellano. La herramienta que se me ocurrió usar para conseguir esa meta – después de pensarlo con tiempo y venir de hacía años pensando en una metodología de enseñanza edificante y eficiente –  fue la creación por medio de la imitación (la ‘imitatio’, tan usada y vigente en poetas y escritores desde siempre), como primer paso. Para ello, primero hubo que despertarles el interés por la lectura y el placer que un buen poema, una buena fábula, un buen cuento, una novela, un ensayo nos dan, cuando llegamos a comprender, a sentir, a pensar y a nutrir nuestro ser por medio de ellos. Son la leche para el cerebro. Me miraron sospechosos. Sí, al igual que la leche materna nos nutre y adquirimos las primeras defensas para seguir vivos en el mundo, al hacerlos parte nuestra esos elementos esenciales, de nuestro acervo, de nuestra manera de ver el mundo tendremos una vida plena de posibilidades.
Simple…, en apariencias, sí; pero no. Fácil, tampoco.
Para interesarlos – cautivarlos –  les presenté mi propuesta de los cuatro elementos; mi teoría de la leche, y las distintas maneras de obtener placer por medio de la lectura, de la memoria, de la actuación. Y de suyo, conocimiento. Sin saber no hay sabiduría posible en el arte de estar vivos y en el arte de ser buenas personas. Por ahí va la cosa de la enseñanza, les dije; los dejé un poco perplejos, lo cual es un buen signo. Nunca hay que perder el asombro en lo que hacemos; de ese interés, y de la curiosidad, y del misterio, nacen las mejores obras de los seres. Qué mayor misterio que por medio de unos símbolos abstractos como las letras del abecedario se cree los mundos que nos habitan a los seres humanos. Es el elemento básico para la comunicación humana que es un acto de creación permanente, por lo que hay que conocerlo a fondo para construir a la perfección nuestro universo que será el de todos.
Los cuatro elementos son cinco, les dije, y uno de mis estudiantes levantó la mano y me enseñó que eran cuatro. Todos asintieron. Yo los miré y sonreí. Por buen camino íbamos. La participación es fundamental; una clase activa, participativa… y se tiene ganado la mitad del trayecto. Los fuimos poniendo en la pizarra y conversando sobre ellos, cómo uno sin el otro no es posible para la vida en sí, menos para nosotros: todo está interrelacionado en la naturaleza y en nuestras vidas. Los cuatro elementos fundamentales de la vida (ya les diré, a usted, ‘Desocupado lector’ cuál es el quinto elemento) son, me dijeron: Tierra, aire, agua, fuego. Para llegar a esa conclusión trabajamos entre todos activamente. Uno de los alumnos lo iba escribiendo en un lado del pizarrón y entre todos analizábamos cada uno de los elementos y cómo están relacionados el uno con el otro, etc., etc.. Les dibujé una circunferencia para así ir viendo las interrelaciones entre ellos. En la vida todo está relacionado e interrelacionado; alguno recordó el efecto mariposa.
De inmediato todos mis estudiantes se pusieron activos, alertas y participativos. El asunto al que quería llegar iba por buen camino; pero todavía nos faltaba mucha tiza, letras, hojas y palabras que recorrer.
La lectura es leche para el cerebro = Nutrición, les dije después de analizar los cuatro elementos vitales. Lo escribí en la pizarra y conversamos sobre ello.
Sin agua no hay vida.
Sin tierra no hay alimentos.
Sin aire nos morimos.
Sin fuego el ser humano no hubiese llegado a ser lo que es hoy.
¿Y sin las abejas?... dejémoslo para más adelante.
Esa conversación nos llevó a la fotosíntesis, la energía del sol, las hojas que la reciclan… y así deviene la vida.
La lectura es eso y mucho más, les dije. Es el quinto elemento y la conjunción de todos ellos en un poema, un cuento, una canción. Lo primero que debe darnos la lectura es placer. Es mejor que cualquier humo, más que todo el humo que conocéis. Entendieron perfectamente a lo que me refería. Pero para saber leer hay que saber escribir, una joven nos dijo. Muy cierto, le dijimos. Alguien le dijo, ‘Es obvio’. Para algunos está claro, para otros no. Es verdad, sin el uno no puede haber el otro. Pero lectura y escritura, ¿nada más?
Entendimiento, escuché cuando empezaba a escribir esa palabra crucial. Para allá es donde quería llegar. Por buen camino iban los aprendices.
Los cuatro elementos son a la vida, lo que la lectura es al entendimiento: ambos son vida.
Quedó demostrado en la interacción de los círculos.
Para terminar de motivarlos, después de haberlos asombrado, y yo mismo en asombro, por lo vivos que estaban esos jóvenes de catorce, quince años hijos de inmigrantes de nuestra América, la del sur del río Bravo, les enseñé por qué la lectura debe darnos placer tanto como cuando comemos unas pupusas, unos tacos, unas enchiladas, unas arepas, unas empanadas. Les veía cómo les bajaba las ganas de comer.
Y más se asombraron cuando saqué de mi escritorio un plato grande, un par de mangos maduros y un cuchillo. Empecé a pelar con maestría, dejando que el jugo de ese fruto maravilloso escurriera por mis manos. Estaban limpias, las había lavado en frente de ellos. Cuando terminé de pelarlos los corté en pedazos y fui sirviendo a cada uno de ellos como si fuera algo sagrado – la comida lo es – cada trozo que se echaban a la boca. Que lo tomaran con las manos para que sientan la fruta, el jugo delicioso, la dulzura exquisita. Yo también me serví y dejé que escurriera el jugo por mi barba y lo buscaba con mis manos, con mi lengua. A chuparse los dedos, les dije. Algunos lo hicieron; los más recatados, no.
Después de ese placer, les pasé la leche para el cerebro.
Un poema; un cuento.
El “Monte y el río”, de Pablo Neruda.
“Continuidad de los parques” de Julio Cortázar.
Poesía y cuento de dos grandes maestros de nuestra lengua, para nutrir a mis alumnos; la lectura es un elemento primordial para el crecimiento saludable del ser, como lo es la leche materna para los recién nacidos. Por cierto entendieron la analogía; eran niños muy despiertos, alertas y curiosos.
El poema tenían que memorizarlo para el siguiente día; la lectura del cuento tenía que venir lista el siguiente día también.
Les dije el poema desde mi memoria, para asombrarlos y para que vieran que es fácil hacerlo y cuán hermosas son las palabras puestas en función poética y las connotaciones que llevan y reverberan desde ellas; y el poema es hermoso. La connotación del signo lingüístico, pasado por el tamiz del artista y del oyente, en este caso un receptor ingenuo; es decir, sin carga cultural. El poema de Neruda tiene música, ritmo, rima y se deja llevar y plantea una preocupación bien conocida por ellos: lo social. El poeta había bajado del Olimpo en 1936, en agosto de ese año, cuando su casa de Madrid dejó de ser la ‘casa de las flores’.
El cuento lo leyó en voz alta Kelly Vargas; se llenaron de misterio mis alumnos al escuchar esa joya literaria de nuestra lengua.
Sonó la campana; los noventa minutos habían pasado volando.
P. S.: La próxima clase les cuento el resultado de la primera tarea y hablaremos de los conceptos de memorización, comprensión, placer y abordaremos el campo de la escritura creativa como metodología de aprendizaje de nuestra lengua materna.