Un libro
doblemente felino:
Catorce vidas de María Ángeles Pérez López
Por José Ben-Kotel
‘Solo
el misterio nos hace vivir, solo el misterio’, escribió García Lorca en una de
sus gacelas del Diván del Tamarit. Pero en el caso de este libro la claridad
sin claroscuros nos hace entrar en la maraña legible de estos poemas que se nos
van descubriendo como el cuerpo desnudo en las sombras. Para asombrarse y
venerar la palabra y sus actos fueron escritos; están llenos de sentido y de
cuerpo amado, en la tierra y en el légamo que dejan en el lector para que siga
reverberando con ellos, vivo en ellos. En estos encontramos una voz que viene
de lejos, tan de lejos como los primeros pasos del Ser; y a la vez son de
ahora, de este tiempo en que es el amor al sujeto amado nos rescata y nos
descubre y nos lleva a estar de cuerpo entero en el cuerpo del poema – el amado
– para vivirlo en plenitud. He ahí el
fuego y la fragua de estos poemas.
Hay un estilo Pérez López en esta poesía;
una originalidad de signo y significado, imbricados en la madeja de la poeta
que teje sus poemas combinando arte y artesanía. La llaneza de su poética no
significa superficie, es profundidad del pensamiento de la médium que es la
poeta; camina con acento propio en este bosque de hoy – su poesía – y en los páramos
de ayer. La travesía de su habla viene de allá, y de este ahora que la poeta
imbrica como una hilandera que continúa perfectamente su trazado desde un
tiempo remoto, haciéndolo actual. La arquitectura de este corpus es como si los
versos perfectos fueran olas que van y vienen en la construcción de su casa,
que es la Casa del Ser, y del sujeto amado: el poema. Eso es lo que hay en Catorce vidas: la libertad de ser
amada/o y a la vez vivencia del acto de amar en todas sus consecuencias.
A éste lo vive, y sobrevive, –
gozosa – la escriba de estas historias y su continuum.
Usa, como si fuera médium, el elogio al amor en su obra, para de ese modo
encaminarlo a la perfección del verbo y la palabra. En ellas encontramos la
consagración de su entrega en cuerpo y alma a la carnalidad del poema y los
esposos.
Ritmo, melodía, connotación, denotación
poéticas desde un lenguaje erudito, en apariencia simple, pero – gracias a su
clarividencia – alejado de lo académico. Es sabido que cada poeta es su propio
estilo; Pérez López se nos sale de ese paradigma; ella es todo estilo posible
es… Voz ‘mundana’ en el propio sentido del término, y voz sublime, pero que
aparea como los primeros místicos que gozaban en cuerpo y alma el don del otro,
de la otra sin vacilaciones ni culpas ni mecanismos de defensa. Es un rasgo
esencial en la poesía de Pérez López descubrir ese hallazgo que nos acerca y que
nos lleva hacia lo pretérito. Poesía al amor, al acto/coito de amor, amorosa en
su rebeldía y revelación de Eros en el ‘paisaje de lo que uno ama’. Poesía de
cuerpo, corporal, de la sublimación del poema/cuerpo. Elogio a la vida a
través/por medio del cuerpo del poema: verbo y carne son unánime en Pérez López. Éste tiene su aire, llega al
corazón, al cuerpo de lo amado, al epicentro del lector: sin lectores el poema
no tiene vida, y sin poesía el Ser se queda sin hálito vital.
He ahí el quid de la poesía de Pérez
López, nos da vida cual madre/amada generosa, como nos la sigue dando Gabriela
Mistral; en ambas poetas hay una poesía de la tierra y para el polvo, el
enamorado y el que nos cubre. La poeta le descubre al lector el sentido de la
vida: amar y ser amados en toda su belleza y consecuencias, cotidianas y de las
otras.
En los fluidos del poema – de
estos poemas – van los fluidos del Ser, del cuerpo hecho
poema transgrediendo la noción del decir religioso. La religión que hay en la
poesía de Pérez López es la del cuerpo amado, de la mujer que ama con todas sus
consecuencias sin caer en el abismo de la separación de género. Ninguno está
sobre el otro. Su poesía/poema es una cópula perfecta en contenido y forma, en
texto y contexto, en textura y tesitura. Hay situación binaria en ellos y a la
vez cosmogónica, o fractal.
Catorce
vidas es una aventura, y ventura, que es permanente. En ellos hay una
‘revolución permanente’ que va más allá de esa ‘totalidad’ porque el poema
sobrepasa cualquier red que lo atrape. En Pérez López la poesía no es un
reflejo del poeta sino su consecuencia. Me explico, no es su Yo el que existe
en éstos; va más allá de la individualidad: la poeta es voz tribal, por lo que
la copulación, lo copulario es de
todos: supervivencia de la especie, del poema. Una iluminación con luz y
discurso propio. Su poesía es un poema de amor al Uno, al Todo: es la ‘Casa del
Ser’.
Memoria de ahora, no de ayer. El amor se
vive en la poeta en presente, en ‘cuerpo presente’. No como religión sino como
geografía y gramática y morfología. Convierte, subvierte, ‘pervierte’ el signo
de la lengua y a la lengua la vuelve signo; es decir, transgresión.
Una poesía que no tiene adjetivo; ningún
poema debe tenerlo, si es que no le da vida a éste. Huidobro siempre tiene que
estar cerca. O es poema, o no lo es.
Catorce vidas que son siete – doblemente
felinas – es la posteridad y un unánime palpitar.
“He leído el cuerpo de su poesía”, le
habré dicho en algún momento a la poeta.
Ahora os invito a leer las
Catorce vidas de María Ángeles Pérez López, en cuerpo y alma. Hay misterio en
ellos, claridad, magisterio. Viajes a la semilla.
Silver Spring, marzo 2013